Puebla fue ubicada por sus fundadores en un lugar privilegiado. Cuatro maravillosos volcanes la custodian, unos más cercanos que otros.
Los bosques de las faldas de esos volcanes nutrían los ríos y el acuífero de la ciudad y sus alrededores. Dos ríos espléndidos cercaban la ciudad al poniente y al oriente: el Río Atoyac y el Río San Francisco, además de contar con otros ríos menores como el Alseseca, el Rabanillo, el Zapatero y El Chinguinoso, todos con sus márgenes arboladas y la fauna única de estos lugares.
Catorce kilómetros del Atoyac siguen cruzando la ciudad con sus árboles ribereños. Se salvaron del entubamiento del que fue víctima el Río San Francisco. Acabo de ver una pintura de José Márquez, ese extraordinario pintor de la ciudad que se nos fue, en la que aún se ven los puentes del San Francisco y sus árboles en la época de otoño.
Los bosques de las faldas de esos volcanes nutrían los ríos y el acuífero de la ciudad y sus alrededores. Dos ríos espléndidos cercaban la ciudad al poniente y al oriente: el Río Atoyac y el Río San Francisco, además de contar con otros ríos menores como el Alseseca, el Rabanillo, el Zapatero y El Chinguinoso, todos con sus márgenes arboladas y la fauna única de estos lugares.
Catorce kilómetros del Atoyac siguen cruzando la ciudad con sus árboles ribereños. Se salvaron del entubamiento del que fue víctima el Río San Francisco. Acabo de ver una pintura de José Márquez, ese extraordinario pintor de la ciudad que se nos fue, en la que aún se ven los puentes del San Francisco y sus árboles en la época de otoño.
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